El pasado 27 de febrero, la zona central de Chile tuvo un despertar abrupto y violento a las 3:35 de la madrugada. Era un terremoto, aunque muchos nos dimos cuenta recién pasadas muchas horas de la magnitud del evento.
Es el quinto terremoto en magnitud desde la era de los simógrafos y la historia ya es conocida: 8.8° grados en la escala de Richter y posterior tsunami en las costas de la 6°, 7° y 8° regiones. Por ahí, un personaje poco informado dijo "menos mal que esto no ocurrió en zonas muy pobladas". Claro, hubo pocos muertos para el tamaño del evento, pero alrededor de 12.000.000 de personas se vieron afectadas por la emergencia. Cerca de 2.000.000 de viviendas con daños mayores, pérdidas de automóviles y electrodomésticos y, los menos, personas queridas fallecidas. Es cierto, para la envergadura del movimiento telúrico son pocos muertos, pero basta que una sóla persona fallezca como para que a uno le pasen cosas.
El remezón geológico fue enorme, pero el remezón mental lo fue también. Este remezón que nos llevó a salir en pijamas a la calle y encontrarnos con los vecinos a los cuales no conocíamos. Ahí estábamos todos juntos, nerviosos, atemorizados, con frio, sin ganas de retornar a nuestros hogares mientras no amaneciera. En esos momentos no tenía importancia si se había caido el televisor o si teníamos o no sumistro de agua potable. La linterna fue una herramienta esencial así como la radio a pila o el celular con una de estas dos aplicaciones, porque fue para lo único que sirvieron, alumbrar o escuchar la radio.
El tiempo se detuvo, los medios de comunicación se dedicaron en un 100% a cubrir el cataclismo. Y desaparecieron las Pamelas Diaz y las kenitas Larraín de la TV. El comercio estaba cerrado porque no había electricidad o porque en los locales estaba todo en el suelo. Ahí vino el segundo impacto del terremoto...Llegó la hora del almuerzo y el supermercado estaba cerrado ¡Nooooooo!¿Qué comemos entonces? Hubo que recurrir a lo que había en el refrigerador o en el canasto de las verduras y ¿Qué pasará a la once? ¿¡De donde sacamos paaaaaaan!? ¡Qué desesperación! Pero en aquellos lugares no tan afectados, surgió el almacen de barrio y la amansandería artesanal. Miles de personas en las calles y la gente al cruzarse se saluda y pregunta ¿Donde compraron ese pan? Una cuadra más allá en un localcito chico, fue la respuesta. Sin justificar lo injustificable, gran causal de los saqueos fue el impacto de darse cuenta que cuando amaneció muchos creyeron que la vida seguía tal cual y cuando encontró el supermercado cerrado entró en pánico. Un pánico tanto o más angustiante que la del terremoto, era el remezón mental .
Bruscamente nos vimos obligados a actuar de otra manera y de mirar al otro de otra forma, todo muy extremo. Tu vecino pasó a ser de un desconocido a un aliado y el del frente, con cara más fea en un potencial peligro, sin luz, sin agua ¡Nos van a saquear! Mucha histeria, mucho rumor, mucha emoción a flor de piel, expuestos, totalmente expuestos.
Pero vino la ayuda...sí, de aquellos que algunos miran como enemigos y contra los cuales nos armamos, con un fin disuasivo dicen por ahí. Los gobiernos de Perú, Bolivia, Argentina, Brasil y muchos más. Como no emocionarse con la solidaridad de gran parte del pueblo boliviano que desde su pobreza material nos brindaron su grandeza emocional. Como no emocionarse con las 100.000 personas que se juntaron en Buenos Aires en un concierto al aire libre para apoyar al pueblo chileno. A Lula y Alan García les creo menos, pero gracias igual.
De a poco la calma y la normalidad está retornando. Volveremos a no mirar al vecino, volveremos a endeudarnos por el plasma que se nos rompió, seguiremos pensando que los países limítrofes representan una amenaza para la soberanía. Volverán las Pamela Diaz y las Kenitas Larraín, pero el roce o la brisa suave de la muerte pasando frente a nuestras narices algo nuevo creo en nuestras conciencias, ojala se manifieste como cambio permamente.
Justo Concha
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